Relato apocalíptico «Ocho minutos» de Román Sanz Mouta.

SALUDos. Esperando que todos estéis ganando la pandémica lucha, vamos sin demora a por otro interesantísimo relato apocalíptico. Nuestros inquietantes «Ocho minutos» hoy corren a cargo del magnífico -y lovecraftiano- escritor Román Sanz Mouta.

Para acompañar musicalmente a tan desasosegante trama esta vez echaremos mano del grupo argentino de stoner metal Los Antiguos, con el tema «Hecho a mi medida». Ahora dadle como siempre al enlace y,  como diría el ínclito maestro J.J.Plans, «pasadlo de miedo, con miedo».

https://www.youtube.com/watch?v=D4NusNJmmMA

 

Ocho Minutos

De Román Sanz Mouta

 

 

«Me quedan 8 minutos para darle un abrazo a mi hija…».

 

Alejo mira al cielo condenado a la certeza. El advenimiento es inminente, como cantan los gritos desenfrenados a su alrededor.

Pese a que llevaban semanas con esa horca posada sobre sus cuellos, él quiso aparentar normalidad hasta este último día, incluidos los penúltimos minutos que caen como losas.

Y en lo alto, ese astro infame, culpable del apocalipsis por venir, más culpable incluso por despertar primero y desatar después los bajos instintos de la humanidad, reducida a una barbarie tribal que destruye cuanto toca.

Resultará un alivio cuando acabe todo, cuando no haya que caminar en alerta continua ante cualquier agresión.

No desespera Alejo. Ha llevado su paciencia al límite, ha seguido las normas, ha protegido a los suyos, incluso en contra de los deseos de su exmujer, que convirtió la antigua casa familiar en un bunker para ella, sus padres, y la hija pequeña de ambos, a la que no ha podido ver desde la fatídica nueva de la hecatombe.

Eso va a cambiar.

Las costumbres que provocaron su separación siguen latentes, aunque él lucha contra su instinto para reformarse, mantenerse limpio de alcohol y drogas, esos viejos amigos que le han proporcionado tantas alegrías como disgustos.

Nota el síndrome de abstinencia, pero sabe contenerlo. Se siente seguro, con pulso firme y verbo afilado para representar su último papel decente: el de padre.

Con tales nobles intenciones ronda el hogar de dos plantas, refugio de película en su momento, fuerte amurallado ahora. Pasa las conocidas barreras y se sitúa ante la puerta, nervioso en el instante previo a llamar cuando un sonido insólito desciende desde el firmamento.

Levanta la mirada para atisbar cómo el Sol se despieza por miríadas de pequeños elementos cayendo fugaces. Impactando por doquiera.

Son cuchillos en ignición que se clavan y se abren cual flores para mostrar las vainas que guardan. Para eclosionar en vómito criaturas de múltiples extremidades dotadas con agilidad y presteza. Sin poder diferenciar las partes de esos cuerpos grotescos de excrecencias.

Los seres nefandos se reparten coordinados e invaden esta ciudad como estarán haciendo con otras muchas. Alejo hace la estatua impotente, convencido que será la primera víctima. Pasan de largo. Lo ignoran como el mundo ha hecho. Y violentan en trío la casa de su antaña familia.

Los alaridos lo arrancan de la inmovilidad para acceder a la vivienda.

Un domicilio que queda en una mudez estática. Las presuntas víctimas, para no dar pistas de su localización. Los seres, rastreando sigilosos a las presas.

Alejo no dispone de tiempo que perder. La cuenta atrás se reduce a 3 minutos, y si debe ejercer de cebo, así será.

Avanza con ruidos mastodónticos por el salón, tirando y retumbando con todo a su paso. Pronto escucha las consecuencias de su temeridad; zarpas, garras y esquirlas desgarran paredes, suelos y techos avanzando en su dirección, llegando al comedor para rodearlo, moviéndose esas criaturas multiformes por pulsaciones a ráfagas transgrediendo las leyes físicas.

Nota Alejo lacerante el primer corte en su espalda, sajado de abajo arriba, uniéndose el calor de la sangre a su propia rabia; tiene que defenderlas a como dé lugar.

Coge una lampara de pie y cierra los ojos para fiarse del sonido que producen los seres. Golpea circular en molinillo sin notar resistencia, casi cayendo por la inercia, siendo de nuevo rajado en el muslo.

Esas cosas juegan con él.

Se detiene y repite la carga cambiando el sentido a los noventa grados. Bingo e impacto.

Despersiana los párpados para ver la barra fundida al colisionar con una de las bestias, que padece plegada en el piso.

Los otros dos abren sus estómagos tal que un cepo para mostrar al fin sus rostros: una cara toda boca vertical que guarda dentro en caótico orden dientes de filo y ojos bulbosos de dilatadas pupilas huecas donde se adivina el cosmos profundo.

Ululan en exhibición y se lanzan contra Alejo en vuelo sin rastro, apenas una estela. No sabe desde dónde vendrá el ataque. Está perdido.

«Mi abrazo…».

Hasta la voz:

―¡PAPÁ!

Esa frecuencia sónica hace visibles a los seres en su trayectoria. Los detiene malaterrizando.

Alejo corre hacia su hija, la recoge en vilo y tira también del brazo de su madre para arrastrarlas fuera del salón, para llegar a la cocina y ver a los suegros despedazados, para traspasar la puerta del sótano. Allí se parapeta y mira su reloj: 1 minuto.

Las criaturas, repuestas de la resonancia, embisten la resistente madera.

Alejo, cuasi desangrado, baja la escalera estrecha con su familia para escudarse tras años de basura desechada. Su atención está en otra cosa: la pistola.

La blande cual Excalibur y carga su tambor.

30 segundos.

La puerta estalla.

Las cosas se cuelan.

El Sol se extingue.

Abraza a su hija, quien le devuelve el gesto con profusión. Dura un instante.

Alejo había atisbado en el fondo abisal de los ocelos de las criaturas que este no es el final, sino el principio del tormento.

Apunta a la niña y dispara en su sien.

Un destrozo masa cerebral disfraza el espacio cubriéndolo de rocío carmesí.

Detiene el quejido desesperado de la madre con un segundo disparo. Más lluvia granate.

Y se introduce el cañón en la boca cuando los seres le alcanzan.

Aprieta el gatillo.

No hay detonación.

Lo capturan.

Oscuridad.

La tierra sigue aquí.

Bienvenidos al infierno…

 

Román nos deja con un tremendo escalofrío final y muchas, muchas preguntas; todo un regocijo para los iniciados. Muchas gracias, estamos orgullosos de tenerle con nos en esta convocatoria, que el inmenso morador de R’lyeh te lo pague con preciados metales y una larga vida.

Podéis adentraros en el singular universo de Román visitando su blog:

https://romansanzmouta.wordpress.com/

y además en:

https://twitter.com/RomanSanzMouta

https://www.sabesleer.com/inicio/autores-3/rom%C3%A1n-sanz-mouta/

Seguid enviando vuestros escritos a relatos@metalobscura.com. Como siempre inicuos, apocalípticos saludos.  Mucha fuerza y salud.

 

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