La historia del fuego: Crónica del Candelabrum Metal Fest II

La historia del fuego

Crónica del Candelabrum Metal Fest II

Si no tuviéramos alma,

la música nos la hubiera creado.”

Emil Ciorian

De manera personal, al reflexionar sobre la importancia de la música, no podría entender mi propio ser y contar mi historia sin el sountrack adecuado. Para narrar lo que soy y lo que he vivido, tendría que citar tantas canciones, tantas bandas y diversos conciertos que han planteado mi manera de entender la realidad. Pienso que la música construye una parte del ser que proyectamos ante el mundo; nos lleva rememorar momentos, ora terribles, ora magníficos; y a través de ellos podemos comprender lo que fuimos, lo que somos y lo que podremos ser. La música es una flama que nos hace menos terrible el carente sentido de nuestra existencia. En mi caso particular, diría que el metal es un fuego nos empuja a lanzarnos a diferentes jornadas; vivir disimiles andanzas y adentrarnos en historias que perduraran como cantares. Ante estas palabras, es la hora de contarles la historia de una hoguera que ardió por segunda ocasión.

La llama vuelve a encenderse

El viaje comenzó alrededor de las cinco de la mañana. La ciudad emergía de su letargo mientras algunas sombras escapaban de las famélicas luces para tomar un descanso necesario después de una noche de fantasías con olor a cerveza. Por otro lado, un comando de negras ropas se congregó a las 5:30 am en la Alameda central para esperar a la carroza que prometía llevarlos al ritual de fuego y acero.

A las seis, la tropa tomó sus lugares. El trayecto aconteció con tranquilidad. La carretera se convirtió en una pintura de oníricas visiones de concreto y pasajes verduzcos entre páramos que no se fijaron a la memoria. Sin demoras, el batallón llegó al lugar donde la gesta estaba por comenzar. Cada uno tomó su camino para escribir su propia historia.

Sin ninguna, dificultad entré a la sede en el momento que una bestia de cuero negro tomó una antorcha para comenzar la hoguera. Black Mask se precipitó con un heavy metal bien forjado, una voz melódica y recia. Como verdaderos guerreros, creados en calor de la batalla, salieron con las espadas bien afiladas y decididos a dejar la vida junto a la reina de las bestias que los comandaba como si fuese una valkiria. Seguidamente, los primeros atisbos de brutalidad aparecieron con Cathartic. Los jaliscienses ocuparon el escenario con seguridad para esculpir muros sonoros de ferocidad y odio; como resultado los puños se alzaron en señal de aprobación ante la bandera del death metal.

            Poco a poco, los asistentes comenzaban a llegar. Viejas armaduras de mezclilla ondeaban parches como si fuesen estandartes de guerra. La cerveza burbujeaba en las gargantas; la sed crecía. Las bocinas retumbaron; el entorno se cubrió de riffs que parecían el aleteo de un cuervo. Majestic Downfall tomó su lugar en la fogata; tiñó la flama de color gris tormenta. Un bajo hiriente golpeó el pecho y guitarras cadentes se colapsaron sobre el público; en consecuencia, la masa agitó sus cabezas al ritmo de una marcha fúnebre. Los oriundos de Querétaro dejaron tambaleando el candelabro mientras se llevaron los aplausos más que merecidos.

A continuación, señores de las sombras asieron las velas para declamar himnos vampíricos. Devil Master salió del ataúd para brindar una cátedra un punk caótico revestido de negro. Siniestros y estoicos derramaron sangre como ofrenda para la hoguera. El silencio apareció; sin embargo, fue asesinado por los tornamesas de Norsms Dom, Dj que estuvo encargada de la flama mientras las bandas se preparaban.

Lo siguiente fue la llegada de In The Woods, que con un añejo señorío subieron al escenario para manifestar el porqué de su status de leyenda. Ante su hechizo, el público cayó rendido. Pasajes complejos y obsesiones sonoras se amalgamaron con la vieja vena negra para entregar una actuación ciclópea.

Después fue el turno de Mörk Gryning, que desde el primer instante atacó a la yugular con un sonido afilado, como si fuese una snaghyrnd öx[1] que buscaba cabezas para saciar su sed. Sin duda, los suecos brindaron una buena dosis de un black metal autentico y riguroso.

El calor comenzaba deslizarse como un cuchillo; algunos asistentes se escondieron en entre las sombras mientras que los más ferreros se mantenían bajo la hoz del sol. En ese momento apareció Unto Others, agrupación que salió con capa de héroes, pues ellos se unieron al festival después de la cancelación de Grave. Sin pretensiones, desmostaron su talento con un elegante sonido de rock gótico con centelleos de heavy metal.

Después de una presentación hecha bien hecha por parte de los originarios de Oregon, la flama volvió a arder con frenesí, pues Heathen tomó la palestra para gritar sobre el opio que mantiene en letargo a las masas. Como una aplanadora avanzó; se llevó todo a su paso; flechas de agonía se impactaron ante las hordas que se revolvían como ciclones de carne. Las leyendas del thrash progresivo evidenciaron su maestría con riffs iracundos que fueron interpretados de manera milimétrica, por lo cual el público supo que la temporada de muerte estaba presente.

Seguidamente, el infierno se abrió; las caras del Diablo se asomaron sobre las flamas. La velocidad y potencia de la New Wave Of Britsh Heavy Metal se expusieron al grito de Satan. El sendero de fuego se abrió ante los épicos riffs; en consecuencia, el momento fue capturado sobre un retrato en llamas.

Ya encaminado el Diablo, Sacramentum hizo acto de presencia para escupir blasfemias. El día murió; la noche cubrió la Velaria. El triunfo de la obscuridad se sentía en todo su esplendor. Ritmos frenéticos y fantasías dibujadas por brillantes guitarras hicieron que los espectadores se entregarán a la sacrílega eucaristía.

La noche estaba colocada como un manto que cubría los sueños; entonces apareció la voz de un ángel que se asentó en lo corazones.  Draconian por fin volvió a México. Una estampida de gritos golpeó como si fuese un latido; la banda trazó melodías que parecían escurrirse como lágrimas olvidadas, entre los pechos de los oyentes. Por consiguiente, la euforia de la melancolía se manifestó entre acordes pausados, en lo cuales la rabia y la tristeza tomaron voces. El delirio prometido fue cumplido después de tantos años.

Posterior al ensueño, una deidad de la agresividad se presentó ante la multitud. Immolation mordió como si fuese un chacal. Guitarras feroces se impactaban como metralla; asimismo, el vértigo se palpaba entre los golpes constantes del doble bombo mientras Ross Dolan se transformó en una bestia que hizo retumbar cada centímetro de la sede. Sin vacilación, los neoyorkinos se vistieron como dioses de la locura y alimentaron a sus devotos con la ambrosia de la brutalidad.

La primera vela estaba por extinguirse; no obstante, la llama tenía que avivarse dentro de la obscuridad antes del final. Mikael Stanne subió al estrado para declarar que Dark Traqullity sigue con vida y que el legado continuará. Esto no con palabras, sino con música, con una interpretación en cual la agrupación dejó el alma sobre la hoguera. Además, los asistentes se unieron a la pasión mientras coreaban esos himnos que marcaron la vida de tantos. La flama ardió y la obscuridad se alzo entre las alas de Nike.

Segundo día

Al día siguiente, volví al centro de la hoguera. Los estragos de la edad saltaron encima de mí; sin embargo, la emoción y la invocación a los antiguos espíritus del mal, me dieron la suficiente energía para mantenerme en pie hasta el último instante. Al llegar, fui recibido por una tripulación que venía desde una galaxia muy cercana. StarForce aterrizó en el escenario; comenzó la batalla. La voz afilada de su capitana abrió las estrellas para que sus tropas atravesaran con ímpetu. Las notas se trasformaron en rayos y todos los presentes subieron a su nave para cruzar las nebulosas del heavy metal.

Al terminar la primera agrupación, decidí tomar los primeros sorbos de cerveza para poder enfilarme a las llamas. Entonces en la palestra arribaron For Centuries. Como Prometeo le entregaron el fuego a su público. La penumbra y el heroísmo se conjuntaron en acordes que remembraron cantos de batalla e historias de demencia. Los oriundos de Guadalajara se alzaron con una épica interpretación.

El calor iba en aumento y más llamaradas se sumaban a la fiesta. Lo siguiente fue escuchar a Agony Lords. Con paso firme salieron a demostrar todo su poderío. Riffs violentos se fundían con armonías gloriosas. Además, la voz Lord Brave se alzó con esplendor mientras se ensamblaba con melodías bien estructuradas. Sin duda, la banda de Guanajuato demostró que está a la par de cualquier leyenda del death metal melódico.

Para continuar con ritual, Llegó Death Grave, que sin contemplaciones se lanzó como una marea de odio, así que el mospith se desbordó. La guitarra de Greg Wilkison sonaba putrefacta y en perfecta concordancia con la voz de Andre Cornejo. El caos y la locura se presentaron como emperadores que contagiaban a todo a su alrededor; incluso el legendario enmascarado de plata se levantó de la tumba para bailar al ritmo de un sabroso death/grind.

Una pausa se presentó y los asistentes tomaron un descanso del desenfreno para sumergirse en un lapso de contemplación a cargo de Officium Triste. Acordes etéreos invadieron los oídos y la añoranza se convirtió en una corona que se ciñó a todas las cabezas. Dulces imágenes de muerte se pintaron sobre el aire y atmósferas que sofocaban como la misma existencia se clavaron en los espíritus.  La banda de Países Bajos presentó la más bella oda a la tristeza.

Como un cristal, el momento de misticismo se quebró en mil pedazos cuando Deceased irrumpió como un bólido. El mosphit se inició de nueva cuenta al ritmo de una batería despiadada. De modo que torres de cuero erigieron ante las notas de las guitarras de Mike Smith y Shane Feuegel. La hoguera quedó en su punto.

La penumbra clavó sus garras en el crepúsculo y se hizo la noche. Sonidos inquietantes anunciaban la aparición de Hulder. Con una tormenta de distorsión y un martillo incesante, una guerrera con voz de lobo nos sumergió en historias de vetustas torturas. Seguidamente, el manto nocturno la nombró emperatriz de la flama después de una actuación memorable.

La Velaria ardía y todos los congregados esperaban la aparición Sean Killian. Entre murmullos se lazó una voz que replicabaYo sé bien que estoy afuera
Pero el día en que yo me muera
Sé que tendrás que llorar
(Llorar y llorar, llorar y llorar)”.
Este inicio fue el menos esperado para recibir a una banda de thrash metal; sin embargo, los ánimos se inflamaron como si un trago de tequila hubiese atravesado la garganta de todos. En un instante todos corearon “El rey” y después de unos segundos Vio-lence montó la tarima. La ovación se levantó como una ola y la banda comenzó con un raudo machaque. Guitarras certeras abrieron el camino del dolor y los moshpits más violentos de la noche se desataron al ritmo de una pesadilla eterna.

De nueva cuenta Mikael Stanne subió al escenario, pero está vez encabezando a The Hallo Effect, agrupación que en sus venas lleva la historia de dos bandas. Con ese viejo olor a Goternburgo, Stanne y sus flamas comenzaron su actuación. Algunos problemas se presentaron; no obstante, todo fue resuelto a la brevedad. Armonías veloces renacieron de los días perdidos; asimismo, la voz de Stanne dio un vuelco al pasado para encontrar una nueva vitalidad por medio de corredores sonoros ya recorridos, pero con una nueva chispa que va creciendo. Al mismo tiempo, The Halo Effect creó una complicidad; puso su corazón en cada nota, así que sus espectadore se entregaron totalmente a una nueva fe, en la cual creer.

El candelabro brillaba con esplendor y todos los feligreses estaban resueltos en llegar hasta las últimas consecuencias del rito, así que la invocación comenzó. Unas palabras silentes aparecieron sin que nadie las notase y entonaron: “Canta Musa celestial, la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquel árbol prohibido, cuyo gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la pérdida, a del Edén…”[2] De este modo, llegó Paradise Lost. El señor Nick Holmes apareció con su clásica actitud sarcástica, pero comprometido a llevar a las llamaradas a un viaje repleto de fantasmas. En contraste al humor del británico, los seguidores no podían parar de gritar y corear himnos como “Say Just Words” o “No Hope in Sight”. La energía estaba al máximo y todos se deleitaron con el fruto prohibido.

Todo viaje debe llegar a un final, todo fuego debe morir para renacer, mas esa hoguera todavía debía arder más, hasta el punto que los dioses pusieren su atención en aquella ceremonia. Así, Autopsy tomó su lugar en el escenario para comenzar el incendio final. La clemencia fue prohibida y los cirujanos comenzaron. “Ridden With Diasease” y “Gasping For Air” retumbaron como si fuesen los pasos de los titanes. Cada incisión fue echa con la menor delicadeza; aquellas guitarras semejaban sierras sedientas de sangre. El bajo pantanoso de Wilkinson dejaba rastros de pus sobre el aire mientras la batería de Chris Reifert golpeaba bárbaramente. No hubo duda, que los americanos son maestros del escápelo y saben en qué lugar hundir la cuchilla para ofrecer la más putrefacta cirugía. Sin embargo, en la cúspide, un problema con el pedal de la batería detuvo la actuación por unos minutos. A pesar de esto, la flama no se apagó y Autopsy regresó con más furia. La extirpación continuó con excitación. Los americanos lograron llevar la lumbre hasta la apoteosis; los dioses sonrieron satisfechos.

Ésta fue la historia de una llama que perdurará en los corazones de muchos. Todo lo acontecido en ese lugar será narrado como una leyenda y todos aquellos que entregaron el corazón para que el Candelabrum se realizara, serán recordados en como los verdaderos guardianes de la flama.

 

[1] Hacha vikinga utilizada en los siglos X y XI

[2] Jonh Milton, El paraíso perdido

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