La urbe estaba dibujada como una monótona pintura; sin embargo, en sus entrañas se revolvía el presagio de una noche de bestias. La marca del lobo estaba puesta sobre el Gato Calavera; por tanto, comencé mi recorrido para llegar a aquel lugar.
Mi acceso al recito fue simple y sin ningún tipo dificultad. Me enfilé hacia la obscuridad en donde los miembros de un culto de licántropos comenzaban a tomar su lugar en espera de que una feroz manada llegara para así comenzar la celebración.
Como primer acto, unos guerreros de Costa Rica salieron al escenario. Un bajo feroz golpeó junto riffs letales; una batería arremetió con violencia. En consecuencia, Los ojos se posicionaron en el escenario; Höwler mostró que estaban dispuestos a dejar corazón y alma en la palestra. Sus guitarras resplandecieron como épicas espadas. En cada pieza, la agrupación desplegó poderío y maestría; asimismo, una vitalidad desbordante con la cual querían contagiar a un público que los observaba absortos. Sin duda, Höwler entregó una actuación de enorme calidad y comenzó a motivar al culto.
Seguidamente, una tropa letal capturó el altar. Una introducción lenta e inquietante anunciaba el ataque inminente; puesto que este escuadrón es conocido por no tener piedad en cada batalla. De esta manera, comenzó la metralla de riffs certeros y una batería que avanzaba como un bólido. Un bombardeo liderado por el señor Ricardo “Ripper” Escobar fue desplegado de manera milimétrica. Su voz rugió como como un cañón; así Thrashock sumó otra batalla ganada a su larga lista.
El momento de liberar a las bestias estaba por comenzar. Aullidos cubrieron la noche; un depredador furioso mordió las sombras. Deströyer atacó con guitarras furiosas; el culto reventó en alaridos. El maestro K.K. Warslut tomó el control de toda la manda y los aullidos al unísono estallaron con la consigna de nunca rendirse.
El fuego salvaje quemó las pieles y la furia se clavo entre los asistentes; a causa de esto, todos rompieron sus ataduras para entregarse a los riffs maniacos de los lobos desencadenados. Los aullidos no paraban y la emoción se sentía hasta la médula.
La agrupación se mostró con una energía feroz y contenta ante un público que sacudía las cabezas y levantaba los puños como signo de honor. De esta forma, Warslut se tornó un Dios de la guerra y su guitarra en un hacha que cantó heroicas melodías para así inspirar a su fiel manada que contemplaba el poder de Deströyer 666.
La noche trascurrió de manera frentica y el brío, ora de la banda, ora de los asientes nunca decayó, sino que la fuerza fue en aumento; así un sendero de fuego se abrió; por consiguiente, la manada atacó a la velocidad de un santico speed metal. Finalmente, un puño de hierro se dejó caer para darle fin a un concierto breve, pero sumamente glorioso.
Agradecemos todas las facilidades a Blood Productions.