Las horas escurrían como concreto al rojo vivo y la lluvia se dibujaba como un ligero fantasma que ardía ante el fuego. Todo esto parecía el presagio de lo que aguardaba en aquella noche del 11 de junio cuando un selecto grupo de seguidores se reunirían para cruzar un fuego purificador.
Arribamos al HDX alrededor de las 6:40. Una fila esperaba para poder entrar al lugar. Lo minutos trascurrieron como granos de arena en espera del momento. El avance fue lento; no obstante, sin problemas.
Al entrar al templo, unas figuras negruzcas ya estaban sobre el escenario. Haaztur, banda mexicana, fue el encargo de abrir las puertas de los espíritus; un olor putrefacto emanó para anunciar que la muerte ya estaba presente. Por consiguiente, la agrupación hizo gala de una serie de macabras piezas que escondían a seres de ultratumba.
Concisos y entregados al público que accedía al lugar poco a poco, Haaztur entregó una actuación bien ejecutada. De sus guitarras emanaron una serie de riffs infecciosos mientras una cavernosa realizaba las invocaciones de aquellos seres que acechan entre las sombras. Un bajo y una betería pantanosos se lucieron entre la danza de las primeras animas. En pocas palabras, los mexicanos encendieron el primer fuego fatuo con gran maestría.
El pandemónium llameaba y la atmósfera era pesada. Vasos y vasos de cebada se deslizaban entre la obscuridad para calmar el ardor de las gargantas. De pronto, otra puerta se abrió; más seres del otro lado llegaron.
En púlpito se postraron unos encapuchados listos para la horca y mirar a la muerte frente a frente. Necroneutron atizó la segunda flama para los difuntos; entonó notas disonantes a toda velocidad. La parca se balanceó en forma de cuerda sobre el escenario; un baile mortuorio punzó entre los asistentes mientras la marcha seguía con vigor.
Como un bólido Necroneutron nos recordó que la muerte viaja veloz y sin detenerse; como resultado, todos los adeptos sintieron un toque luctuoso que se escondía bajo el ataque de las guitarras, un bajo y una batería que se agitaban inclementes. En consecuencia, el primer mosh de la noche estalló como la carcajada de un dios demente.
Los sectarios se encendieron ante la promesa de la horca; la agrupación arremetió con más fuerza. Por unos segundos, se presentaron algunas fallas técnicas; sin embargo, no se convirtieron en mancha alguna para la presentación, ya que fueron resultas rápidamente.
Sombras se derretían ante el abraso de los fuegos, pero los ánimos no decayeron, así que Necroneutron convocó a la peste; visiones ominosas salieron de cada riff mientras un furioso doble bombo golpeaba como martillo. Una enfermedad incurable se ciñó; la muerte sonrió triunfante ante el culto de nigromantes.
Los primeros ritos habían terminado, ahora era la víspera del punto más alto de la ceremonia. El escenario se cerró cubierto en un telón. Éste prometió que algo inquietante saldría de él. Mientras tanto, los espectadores aguardaban impacientes.
Después de un poco más de una hora, el telón cayó; Cult Of fire dio inicio al último ritual de la noche. Vojech Holub, vocalista de la banda, emergió de las sombras como si fuese algo así como Mara u otra deidad. Se plantó ante un altar mortuorio; las primeras notas de “Om Kali Maha Kali” retumbaron en todo el templo. Junto al él dos ídolos de cobras se mostraban amenazantes. Debajo de los colmillos yacían en posición de flor de loto dos guardianes encargados de dar vida a los mantras con estrepitosas guitarras.
Los sectarios se sumergieron en el culto del fuego purificador mientras sonaron piezas como “Zrození výjimecného” “(ne) Cistý” y Jai Maa! Las puertas de aquel otro mundo se abrieron totalmente y un puente entre dos mundos apareció. Un dios sin rostro y cuernos dibujaba fantasmas con los utensilios dispuestos en la ofrenda.
Los mantras tomaron forma riffs místicos y épicos. Medios tiempos y momentos de velocidad se unieron para crear la fogata en la que los devotos danzaron con el máximo frenesí. Asimismo, el trance provocado por el incienso hizo que Shiva se presentara en cada acorde para dejarnos en claro que, para renacer, primero debe llegar la destrucción.
Voces hipnóticas declamaron antiguas enseñanzas al ritmo del caos, pero al mismo tiempo ese sinsentido era una flama creadora en la que miles de espíritus reposaban. “Khanda manda yoga” y “Závet Stetu” se encarnaron entre el público y los extasiaron.
El momento del desapegó llegó; los devotos del culto del fuego se dejaron caer ante el eco de las palabras de un Buda furioso que fluía a través de la estridencia del black metal. Como resultado, las sombras que se revolvían, vieron una luz que ofrecía la promesa del final.
La noche fue una llamarada, en cual una banda de deidades temibles ejerció con maestría una ceremonia en la que voces de ultratumba y cantos contemplativos se unieron al poderío de las guitarras eléctricas y a una batería profunda y al mismo tiempo propagadora de ira.
La flama ardió con todo el poderío y como acto final de amor sonó “Burned by The Flame Of Divine Love”. Etéreos acordes se propagaron entre los corazones; las pieles ardieron; el mundo se destruyó un instante y en otro volvió a comenzar.
En suma, aquella noche fue una ceremonia demencial, en la cual Cult Of Fire dio un espectáculo inolvidable; asimismo, Haaztur y Necroneutron ofrecieron presentaciones titánicas.
Agradecemos a Blood Productions por todas las atenciones.