Obscuros saludos. Después de algún que otro problema técnico, retomamos con este avernal estío nuestros apocalípticos relatos «Ocho minutos». El «profundo» Santiago Guerrero nos regala su lovecraftiana versión del Final con mayúsculas.
La canción elegida para maridar tan suculento bocado se titula Lovecraft’s death perteneciente al álbum «Communion» (2008) de los griegos SEPTIC FLESH.
https://www.youtube.com/watch?v=rhHw3ilCwVU
Ocho Minutos
de Santiago Guerrero García
Ocho minutos…
Pero él sabía que serían menos.
Ya habían comenzado a salir. A brotar de las profundidades del océano, de las zonas más desconocidas de los bosques, de las entrañas de la Tierra.
También para ellos se acababa el Tiempo. El inexorable Saturno.
Renacían, despertaban… para morir saciando la sed que padecían desde hacía miles de años. Renacían, despertaban… para acabar con la raza humana antes incluso que lo hiciera la mortífera oscuridad en la que se iba a sumar el planeta Tierra, dentro de siete minutos…
James comprendía ahora, aunque siempre lo había intuido, que Lovecraft llevaba razón. Los Dioses Primigenios yacían sumidos en un profundo sueño. Lo habían estado durante cientos de miles de años, esperando a que ciertas posiciones planetarias permitieran su regreso, de aquellas oscuras regiones en las que habitaban, y que solo dejaban para volver locos a algunos seres humanos, atormentados por pesadillas que ni siquiera Dante podría haber imaginado.
Y ahora, ya habían comenzado a levantarse. En el caos, que en aquel momento, se sumergía la vida en aquel planeta que iba a dejar de ser azul en pocos minutos, algunas noticias ya hablaban de seres monstruosos, infernales, destruyendo ciudades como Boston, Nueva Delhi, Moscú, Sidney…
Allí, en Montpelier, en el estado de Vermont, James podía contemplar, en el porche de la antigua casa familiar, como los animales abandonaban el bosque que se abría a unos pocos metros de su vista. Estaban aterrados. “Algo” se estaba moviendo entre los árboles. Y su sonido, como el de una enorme serpiente reptando, erizaba el vello de James. Sí, Lovecraft llevaba razón, y los Primigenios recuperarían aquello que había sido suyo.
El cielo se oscurecía. El aire venía cargado de ominosas sensaciones de terror. Era el fin. Pero dentro de James alentaba el deseo de ver el rostro de aquellos dioses. Era un deseo morboso. Sabía que el terror iba a ser insoportable. Que nadie podía soportar la visión de seres tan nauseabundos, seres inimaginables para el cerebro humano. Pero al mismo tiempo, se sentía empujado a quedarse a contemplar aquello que surgiría del bosque.
Aquel sonido susurrante se hacía más intenso a cada segundo que pasaba.
James levantó la vista al cielo, donde comenzaban a asomar las primeras estrellas. Sonrió, sí, sonrío, al identificar a Aldebarán brillando en el firmamento. Aquella Aldebarán desde la que llegaron los dioses Primigenios. ¿Alguien, desde algún punto del Universo, contemplaría el final de nuestra civilización?
En unos pocos segundos, James recordó su vida. Pocas cosas que recordar, pensó fugazmente. Pero ya deba igual, iba a morir cara a cara con el terror. Qué importaba lo que podía haber vivido, qué importaba ya lo que había dejado por hacer. A sus 33 años, le quedaba toda una vida por delante. Pero ya nada importaba.
El sonido que venía del bosque ya era casi insoportable. En pocos segundos iba a encarar su futuro. O su no futuro. ¿Podía tener esperanza en una vida más allá? ¿Podía cerrar los ojos e imaginar en su alma inmortal encarnando en cualquier otro lugar del Universo? Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
De repente, le sorprendió el Silencio. Solo fueron unos segundos. Pero en aquellos segundos se agolpaban millones de años de vida. De vida… y de horror.
Solo pudo contemplar a aquellos Dioses durante una centésima de segundo, antes que un terror fuera de nuestra comprensión humana le hiciera enloquecer. Enloquecer y perder el sentido.
No era lo nauseabundo o monstruoso de aquellos cuerpos inclasificables, indescriptibles. Era el Horror. Horror con mayúsculas, el horror ante una maldad inimaginable. Porque James comprendió en aquella fugaz décima de segundo…
Los Dioses Primigenios no solo aniquilaban toda vida. Aniquilaban toda esperanza, todo futuro.
Porque aquellos Dioses también devoraban las almas…
Devoraban.
Miríada de gracias por tu aportación a tan desconsoladora convocatoria. Nada que añadir a «tan positivo» mensaje; mensaje que atesora eso sí, a Santiago entre los muchos iniciados en esta religión ciencia desconsagrada y concebida por el gran maestre de Providence.
Santiago Guerrero es Presidente de la Asociación Camino Ancestral de Santiago; le podéis encontrar en:
Twitter: https://twitter.com/OstaneSanti
Facebook: https://www.facebook.com/santi.guerrerog
Seguid enviando vuestros escritos a relatos@metalobscura.com. Como siempre inicuos, apocalípticos saludos. Mucha fuerza y salud a todos.