Relato apocalíptico «Ocho minutos» de Javier Afonso Vilavert

Obscuros e higiénicos saludos. En estos perturbadores, cuasi apocalípticos tiempos seguimos en la brecha con vuestros magníficos relatos; y os puedo asegurar que la obra de Javier Afonso Vilavert será un buen lenitivo, todo un consuelo para vuestras enfermizas mentes; después de leerlo veréis al pernicioso Coronavirus como un «mal menor».

La canción elegida para este peculiar Ocho minutos será la postapocalíptica «Blood and chaos» de los ingleses Paradise Lost. Disfrutad y por supuesto recordad lavaros las manos a menudo.

https://youtu.be/f1Jh36OMXFE

 

 

Ocho minutos

de Javier Afonso Vilavert

 

Las antorchas arrojaban una luz tenue, como un lejano y tímido amanecer, sobre las paredes del sótano donde se escondían. La visión dejó al viejo Cliff obnubilado durante unos instantes recordando, el cielo carmesí al alba, los brillantes reflejos en el lago a medio día, el suave calor del sol al atardecer… Ya sólo quedan sombras, hielo y muerte.

Apuró a Ben para que dejara de remolonear dentro del saco de dormir. Hace tres días que encontraron este agujero maloliente y necesitaban salir a por provisiones. Cada vez que lo mira, se sentía culpable de haberle traído a este mundo.

—Vamos hijo, levanta. Llevas durmiendo cuatro horas. Tenemos que irnos.

—Papá, no quiero. Aún nos quedan unas latas de melocotones en almíbar. ¿De verdad es necesario?

—Sabes que sí hijo. A parte de comida hemos estado quietos mucho tiempo ¿Qué te he enseñado?

—Cuando te queden víveres para un día hay que salir a buscar más y cambiar de escondite.

—Eso es Ben. Recuerda preparar más antorchas y ten las bengalas a mano.

—¿Están fuera papá?

—Es probable, hace un rato escuché pasar a un grupo.

—¡No papá, no quiero! ¿Y si nos han encontrado? ¿Y si…?

—¡Ben! —Cliff sujeta por los hombros a su hijo con cierta compasión— Tienes que ser fuerte. No puedo hacer esto sin ti. No puedo salir y dejarte aquí solo. ¿Lo entiendes? Tenemos que estar juntos. ¿Quieres quedarte en este sótano hasta que muramos los dos de hambre? ¿Eso es lo que quieres?

—No, pero tengo mucho miedo.

—Mira, nos quedan como dos litros de aceite y tela de sobra, eso nos da como para unas cinco horas de luz. A parte de la linterna y las bengalas. ¿Cuántas nos quedaban?

—Cinco papá, están en mi mochila.

—Bien, Estaremos en todo momento juntos, ¿de acuerdo?

Ben asintió, no sin la certeza de que sentiría miedo mientras estuvieran fuera de su refugio. El miedo de Ben no era un miedo común, como el que siente cualquiera ante la incertidumbre o la que podría sentir un niño al ver la puerta del armario entreabierta en la oscuridad. El miedo de Ben era un miedo escatológico, un miedo que en cuanto se apodera de tu ser, acaba contigo, anula por completo tu razón y te deja a merced de la locura.

Sujetando con firmeza la mano de su hijo, Cliff, le puso en la otra una bengala, para emergencias; él se encargaría de iluminar el camino con la antorcha. Abrió la puerta del sótano y se aventuraron a la penumbra helada.

Ambos iban ataviados con varias capas de ropa, guantes, gorros e incluso se cubrieron el rostro con gruesas telas. Avanzar por la ciudad en una noche eterna, bajo la frágil luz de una antorcha se hacía harto complicado, sobre todo a más de cincuenta bajo cero; por suerte la ventisca había pasado y tan sólo corría una ligera brisa helada. A cada paso que daban un ligero siseo, casi imperceptible, les perseguía en la profunda oscuridad. Cliff era consciente del peligro, aun así, y pese que el incesante sonido a cada paso que daban, crecía, se mantuvo firme. Recordaba que no muy lejos había una vieja tienda de comestibles, si llegaban a ella, podrían reabastecerse e incluso, con un poco de suerte, encontrar un refugio adecuado.

Tras unas horas caminando Cliff, de pronto, apretó la mano de Ben con tanta fuerza que casi le rompe varios dedos y antes de que el niño pudiera gritar el guante de Cliff llegó como una exhalación a su boca.  Se agachó frente a Ben hasta que la antorcha iluminó sus rostros y con tan sólo su mirada le rogó perdón, para luego con delicadeza decirle que guardara silencio. Sin darse cuenta, había estado siguiendo un pequeño sendero levemente marcado en la nieve, que conducía a un estrechamiento sin salida. Frente a ellos, a menos de veinte metros un ruidoso siseo, como si un centenar de serpientes clamaran por la cercanía de una presa. Ambos intentaron retroceder con el más absoluto de los sigilos, hasta que los oídos de Cliff le alertaron de un nuevo peligro a sus espaldas. Se arrodilló, miró a la cara de su hijo intentando decir algo que lo consuele. Las lágrimas brotaron de su rostro y casi al instante se convertían en pequeños cristales como pálidos diamantes.

Ben cerró los ojos y abrazó a su padre.

 

Con un inconcluso final tan abierto como descorazonador, Javier Afonso Vilavert nos deja su visión paternalista de la más pura supervivencia en tan frías y oscuras circunstancias. Muchas gracias por esta estupenda y emotiva aportación, gracias por formar parte de «Ocho minutos».

Podéis apoyar y seguir a Javier Afonso en:

Blog personal: https://www.leyendasreyaidan.com

Twitter: https://www.twitter.com/AprendizDprosa

 

Seguid enviando vuestros escritos a relatos@metalobscura.com . Como siempre inicuos y apocalípticos saludos.

 

 

 

 

 

 

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