El sábado 22 de febrero, tomé mi túnica; me sumergí en los laberínticos túneles del metro de la ciudad de México. Mi destino era claro, un camino recto hacia Doom City, una necrópolis que abrió sus puertas para celebrar una demencial ceremonia. En mi cabeza giraba la idea de mi descenso al inframundo del doom metal; y como dijo el conde Drácula, abandoné un poco de mi felicidad para adentrarme en aquel templo.
Mi acceso fue rápido y sin ninguna complicación. Me dirigí al escenario LSDR; subí unas escaleras, pero no me llevaron hacia arriba, sino al contrario. Mi viaje hacia las profundidades comenzaba; llegué a una lúgubre capilla donde ya estaban reunido algunos parroquianos. Espere algunos minutos; el ritual comenzó.
Satánico Pandemónium
De una manera puntual, Satánico Pandemónium inauguró la negra liturgia. 4 figuras sin rostro golpearon la tierra para abrir un camino hacia el infierno. La voz de Alucarda, la hija del Diablo, retumbaba junto a endemoniados riffs. La banda con compases lentos y contundentes comenzaba a invocar a los espíritus más depravados. Las melenas comenzaban a moverse bajo el influjo de hipnóticos y repetitivos ritmos. Aquellos perversos, con sus implacables riffs, derrumbaron la Capilla de los muertos y erigieron una Catedral cimentada en la densidad del más blasfemo doom metal. Un gran inicio y una excelente muestra del talento nacional.
Tekarra
Después del ocultismo sonoro de Satánico Pandemónium, fui al escenario Sangriento. Ahí, ya estaba lista Tekarra, banda canadiense practicantes de un doom gélido y muy cargado en arreglos de batería. Pausados gruñidos golpeaban la atmósfera y una podredumbre cubrió el templo. Las disonancias parecían rezos que conjuraban un antiguo mal. Los golpes de los tambores habían convocado una maldición; los afilados riffs se volvieron las garras del Wendigo. Como preámbulo para el final, el bajo sonaba cada vez más aplastante. La ventisca de Tekarra se postró sobre la necrópolis. La banda se ganó los aplausos del público y dejó en claro que tienen un gran futuro.
Malamadre
Al regresar al escenario LSDR, nos esperaba en veneno de una extraña hierba llamada Malamadre. Cada vez hay más gente, los empujones comienzan a ser más constantes. La banda de Mérida dejaba caer el poder su brujería. Su estruendoso y pesado hechizo llevaba a los visitantes de la necrópolis a una meditación con salvajes headbangers. El ambiente se llenó de energía; los riffs golpearon como un infierno desatado. El maléfico se conjuró; un ejército de brujos salía de cada acorde de guitarra; el aire se enrareció y todos bailamos la danza macabra de Malamadre. Éste fue otro ejemplo de otra gran banda nacional.
16
Más feligreses llegaron a la ciudad del Doom; cada vez era más difícil caminar en el espacio del escenario Sangriento. Los siguientes en salir fueron unos viejos lobos del sludge. El público gritó; 16 golpeó con ataque certero. La banda cubrió con su energía el escenario; su presencia avanzó hacia la masa; estos se entregaron a cada riff, bebieron como si fuese el vino de los iniciados. Galopantes riffs se abrían paso para acompañar la voz de Bobby Ferri. El entusiasmo y entrega del bajista Barney Firks contagiaba a los asistentes. Algunos pequeños problemas técnicos se presentaron, mas esto no menguó el poder de 16; el ataque se presentó sin clemencia. Una cátedra de riffs raposos. Los americanos demostraron su poder como unos verdaderos titanes del sludge.
33
Cuando 16 terminó, de manera inmediata regresé al otro escenario. Ahí los parroquianos se encontraron con una ráfaga hardcore, matizada de cambios de tiempo ejecutados con una excelente maestría. La agresividad y velocidad de 33 estaban destruyendo el escenario. La ejecución de la batería era soberbia y se acompañó de riffs que se abrían paso como navajas. También aparecieron momentos de obscura psicodelia, pero que en un momento eran destrozados por la metralla. 33 hizo una guerra sin cuartel, no tomó prisioneros, ya que todos caímos bajo el poder su hardcore.
The Obsessed
Uno de los momentos más esperados llegó. Scott “Wino” Weinrich se postró y desde los primeros acordes demostró el porqué es una leyenda. Los gritos del púbico alimentaban los hechizos de aquel viejo brujo. La guitarra de Wino latigueaba nuestros oídos. Riffs cosechados a la antigua, pero con una vigencia imperecedera. Reid Raley y Brian Constatino hicieron gala de ser una sección rítmica aplanadora. Ritmos cadenciosos y ásperos se incrustaban directo en el cerebro y la muchedumbre pedía y pedía más hechizos del brujo. La voz de Wino era áspera pero cálida, como la de un viejo amigo que te lleva antiguos recuerdos. The Obsessed dejó en claro el calibre que tiene y porque son una leyenda imperdible de la historia del rock; asimismo podemos decir que más sabe Wino de doom que el mismo Diablo.
Fumata
Al finalizar The Obseseded, corrí rápidamente para mirar a la banda que cerraría el escenario LSDR. Fumata se encargó de dar un cierre magistral. La experiencia de escuchar es esta banda fue un rezo al insania, una caída hacia la locura. Los riffs pesados y hoscos dieron paso a una misa consagrada a la desolación y al horror del cosmos. Imponentes y macabros demostraron como se hace una liturgia que abre las puertas a dimensiones alucinantes y horrorosas.
Mantar
La noche cayó; Mantar apareció entre luces y sombras. Una repetitiva misteriosa melodía sonaba incesante, pero un instante el dúo alemán golpeó con negro martillo. Los alaridos de Hanno rasguñaban la obscuridad, mientras Erinc masacraba los tambores. Mantar dejó en claro que ellos estaban ahí para entregarlo todo. Su música avanzaba como una maquinaría, cada acorde era letal. El público parecía un poco apagado; no obstante, Hanno desbordaba pasión y agradecimiento hacia la audiencia mexicana. Él paró un instante; habló en español; los gritos estallaron; la banda acometió con el poder de ritmos hardcore, con la obscuridad del black metal y pesadez del sludge. El cantante siguió inyectando energía a los asistentes y conjuró la aparición del moshpit. Los golpes y empujones llegaron; esto dibujó una sonrisa en la cara del maniaco Hanno. El final llegó, y para esto el dúo alemán se puso máscaras de luchadores: Blue Demon y la Parca aparecieron; Mantar lanzó la última embestida. Los teutones dejaron el corazón en el escenario y expusieron una ejecución monumental.
Amenra
La culminación del culto a la densidad llegaba. El descenso al abismo más recóndito amenazó a la audiencia. Bajo el influjo de una onomatopéyica tonada, comenzamos el viaje de catábasis. Los primeros acordes estallaron, el mundo parecía desmoronarse. Amenra se apoderó del escenario. Colin H. Van Eeckhot, cantante de la banda, se plantó de espaldas, así como viejo clérigo. Dio inicio a una ceremonia de claroscuros. Una combinación de melancolía e impenetrabilidad se dibujan entre lentos pasajes sonoros. Acordes largos y gritos descarnados tatuaban las tinieblas. La rabia de Amenra azotaba sin clemencia, pero en momentos se detenía para llevarnos por lo más profundo de la desesperanza. La música de la banda se metía en el alma para recordarnos los insignificantes que somos ante la vastedad del universo y que vivimos engañándonos pensando que nuestra existencia significa algo.
El público amontonado y absorto se dejaba llevar por el aciago camino que los belgas iban tranzando. Los riffs desgarraban los recuerdos y la atmósfera se sentía como la última noche de la tierra. Amenra finalizó y nos dejó un épico cierre en cual nos enseñó la belleza del odio y la perfección de la tristeza.
El ritual terminó alrededor de las 23:10, la atmósfera era tranquila y las caras de satisfacción imperaban. Una excelente propuesta que se trasformó en un total éxito. Doom City cumplió todo lo prometido, incluso más. El sonido fue excelente en los dos escenarios, la seguridad fue muy buena, la comida rica y con buen precio. Todas las bandas demostraron un gran nivel y profesionalismo impecable. Ya espero con anisas la siguiente edición.