El trayecto de un titán: 40 años de Destruction
La urbe se desdibuja entre nubes grises y un cielo descolorido. Con este panorama, tomé el uniforme; me introduje en el corazón de la urbe. Transité por los lóbregos túneles hasta llegar a mi destino. Esa noche, tocaba visitar un vetusto recinto que ha sido una base donde miles de leyendas han grabado su nombre, es decir, El Circo Volador.
En espera del titán teutón, escudos de batalla ondeaban entre la brisa y las gotas de lluvia. Murmullos abarrotaron las afueras del recinto hasta que por fin la serpiente humana entró en el antiguo cine. La sala destinada para esta ocasión fue el vestíbulo del recinto; rápidamente los asistentes fueron tomando su lugar.
Después de unos minutos comenzó la antesala de la destrucción. Tulkas fue el primero en salir. De manera abrupta, riffs veloces escribieron el prólogo la historia de esa noche. Las tropas levantaron los puños ante la heroica presencia del guerrero; por consiguiente, el circle pit se abrió entre las huestes y el choque de carne fue dirigido al compás de una betería frenética. Al mismo tiempo, una voz furiosa hacía arder el ímpetu del público que lanzaba gritos que hacían retumbar el edificio. Finalmente, Tulkas se retiró rápidamente entre exclamaciones de victoria.
El fuego había sido encendido y las primeras páginas habían sido plasmadas. Seguidamente, unos arquitectos del caos tomaron su lugar en la casa de los dioses; se abalanzaron sin contemplaciones. Guitarras potentes abrieron camino para que el slam naciera nuevamente. Chemicide estaban en el escenario dispuestos dejar marca de su poder y su registro en esta historia.
Las cabezas se movían con riffs galopantes y estallidos de velocidad; además, solos caóticos coronaban lo que fue una presentación aguerrida, en la cual la banda de Costa Rica contagiaba con su energía a todos espectadores que escurrían la vehemencia de su piel. Sin duda, Chemicide grabó su nombre en esta historia de deidades y el público mexicano está como testigo.
Seguidamente, la brutalidad del metal de la muerte fue convocada de la mano podrida de Skeletal Remains. Alaridos iracundos recibieron a los americanos y la banda respondió con guitarras machacantes y una voz de ultratumba. Notas cargadas de odio se impactaron en el rostro de las hordas que se removían con violencia. La agrupación lanzaba fuego en cada pieza y la garganta de Cris Monroy escupía una enfermedad que contagió a cada asistente para así entregarse a una narrativa marcada por la bestialidad. De esta manera, con sangre y sudor Skeletal Remains puso su nombre en el libro de la destrucción.
Algunos minutos pasaron para que todo quedara listo para que el momento cumbre de la noche explotara. La obscuridad y la luz chocaron; el titán teutón salió imparable. Una maldición convocada por los dioses se desperdigó por medio de riffs inclementes. La multitud estaba embebida de euforia y el mosh pit era un lago de carne hirviendo.
Schimer tomó el manto de cazador; su bajó fue una trampa mortal que asestó un golpe mortal; asimismo, su voz de depredador parecía escupir clavos. El público se rompía las gargantas clamando por Destruction. Seguidamente, unas guitarras resplandecieron como cuchillos bien afilados y un carnicero hizo correr la sangre.
El mosphit no paraba y Destruction hacía alarde de una ejecución agresiva y veloz. Parecían un verdadero panzer que arrasaba todo a su paso; como resultado, un ejercito fiel alzaba los puños y coreaba los himnos de guerra de la banda. Además, Schimer y sus compañeros asumieron su trono como deidades de la devastación; trajeron a un anticristo, que colérico impactó en la multitud. El infernal sabor se revolvió entre los paladares y las venas se llenaron de furia. Al mismo tiempo, apareció un manifiesto, en el que la única eterna prohibición sería no ser infieles al thrash y atacar a todo apostata.
Después de esto, Martín Furia y Damir Eskić dieron una cátedra de guitarra y dejaron muy en claro porque el legado de Destruction está en sus manos. Las cervezas se alzaron y las legiones reverenciaron al titán. A continuación, el carnicero volvió para demostrar que su cuchilla seguirá afilada por siempre.
De manera posterior, Randy Black hizo despliegue de sus habilidades para dar paso a un tormento para que todas las almas ardieran en llamas. Después, Schimer hizo un recorrido por la memoria; nombró como una segunda casa a México al momento de ondear la bandera del país; asimismo, agradeció a los asistentes y se despidió de un golpe para desatar una bestial invasión de riffs con los cuales la masa enloqueció y se entregó a un ataque suicida.
Sin embargo, éste no fue el fin y Destruction volvió con todo su poder para dejar una marca diabólica, desatar un desastre ciclópeo y dejar en claro que como un canto de guerra el thrash es hasta la muerte y más allá.
En suma, la banda que nació en Alemania y que a lo largo de su historia ha tenido diferentes encarnaciones; momentos de gloria y de derrotada; miles de historias y anécdotas sigue en pie con el sustento de todo lo que fue, con todo el poder de lo que es y con toda la pasión de lo que será. En esa noche, en la que se rememoraron 40 años de trayectoria, la esencia y contribución de cada uno de los integrantes estuvieron presentes y se manifestaron en la historia sonora de una de las bandas más grandes del thrash metal. En conclusión, fue una velada histórica para recodar el trayecto de Destruction como banda y como un ícono que ha marcado los recuerdos de muchos.
De parte de todo el personal de Metal Osbcura, agradecemos todas las facilidades a Cacique Entertaimnent.