Dioses De La Guerra Sobre El Altar: Crónica de Blood Upon The Aztec Altar
Me desplazo entre los últimos momentos de luz y arribo con la noche al HDX Circus Bar. La fila para entrar al recinto ya está formada y todos aguardamos a que los portones del templo se abran. La amenaza está presente y toda la gente ya desea ser partícipe de la ceremonia de sangre encabezada por Blasphemy.
El tiempo prosigue y entro con las hordas. Inmediatamente, el recinto es ocupado. Unos momentos después Altar of Blood inaugura. Pinchos y cadenas relucen entre las luces. El diablo toma su lugar y los puños se levantan entre las plegarias de furia.
Las primeras gotas de vida caen del altar y los rugidos se unen a la marcha fatídica de la banda de Querétaro.
La gente sigue entrando y el venue ya parece reventar. La devoción se inflama; Bloody Vengeance asalta con poder. La metralla revienta en los cráneos. El escuadrón germano es un maldito tanque; asimismo, el público es un ejército que lo sigue con gritos y golpes. En esta liturgia decadente la clemencia está fuera y sólo hay riffs que atruenan en las sienes. La locura exhala, el culto está en frenesí.
Xibalba, la leyenda mexicana, sube al púlpito y la reverencia es inmediata. La gente corea su nombre; por consiguiente, la banda comienza su gesta con honor y ostianatos de filo de obsidiana. La masa suda odio y el ambiente es un campo de batalla repleto de almas vehementes. Pasajes lentos y ecos eternos chocan con el futuro para que la cólera de miles de años se libere sobre el altar de sangre.
El reloj no descansa y presuroso sigue la jornada marcial. No hay ni un solo lugar vacío, el Hendrix está totalmente lleno. Los adeptos de la guerra están bien ceñidos al impuro terreno.
La cordura ha sido exiliada y el ritual de vesania prospera. Seguidamente, es turno de Death Worship, quienes aparecen con un instinto asesino desbocado. Sus guitarras supuran veneno. Sumado a esto, el público se agita y el viejo bar treme; por ende, la agrupación despliega toda su crueldad. Notas iracundas se desparraman en los cuerpos. Esta brigada del terror se empeña en la aniquilación. Por otro lado, los puños se mecen soberbios, son martillos de combate que obedecen a estos sacerdotes de la catástrofe.
El ceremonial casi termina. El ansia es un desquiciado tictac, tictac, tictac…. La guadaña de cronos cae sobre la noche y el punto más alto se revela. La deidad de la guerra toma su trono en el altar. Asimismo, el negro culto se entrega a las preces de destrucción.
Una azabache hueste se agita en el centro del templo y recibe con gruñidos a Blasphemy, los cuales espetan un ataque despiadado. El comando de batalla es arrasar todo.
Las guitarras son un incisivo caos, el rencor se estampa en las columnas del santuario y las ánimas danzan como una turba frenética. Los lamentos golpean el altar y Blasphemy responde con tajos inclementes.
Satán está entre las pieles y los devotos se entregan a los riffs que marcan una caída directa una condena infernal. En definitiva, los señores de la perversión hacen gala de ser una verdadera máquina asesina.
Blasphemy, Blasphemy, Blasphemy… es la letanía que acribilla los cimientos del recinto. La escuadra no tiene miramientos y lanza toda la artillería para que el sermón de odio persista en una masa que ha entregado su corazón en sacrificio
La violencia pura y primitiva infecta cada célula; los asistentes beben de la impura ambrosía que la banda ha puesto sobre ellos. Cabe resaltar que estos titanes se han concentrado en ofrecer un show memorable y todos los presentes sabemos que esta noche perdurará en los estantes de la mente.
El regimiento de cazadores abandona el altar, pero en breve vuelve para cerrar el ritual con fuerza ciclópea. De esta manera, los dioses de la guerra se retiran con una victoria total y su público los llena de aplausos y ovaciones. El ritual ha terminado.
En suma, lo que se vivió fue un concierto glorioso y uno de los mejores del año, sin ninguna maldita duda.
Agradecemos las facilidades a todo el equipo de Grindestroy y los felicitamos por su enorme labor.